Crónicas Argentinas – Un lugar para vivir
El apartamento de Pedro Mazzino, en Palermo, tenía fecha de caducidad; fue un espacio lindo para comenzar nuestra aventura y con el agregado de que, sin planificarlo de ningún modo, la fecha en que nosotros viajábamos a Buenos Aires, él viajaba desde allí hacia Miami.
Habiendo alquilado una habitación, tuvimos un apartamento entero a nuestra disposición durante seis de los siete días acordados. Esos días, como saben quienes han leído las crónicas, fueron casi una luna de miel para Natasha y yo.
El sábado en la noche, tras el opíparo costillar de lechón y la pizza que nos comimos, llegamos a casa y como a las 11 de la noche llegó Pedro. Finalmente le conocimos personalmente. Se trata de un personaje aún más agradable en persona de lo que sonaba por la mensajería de whatsapp.
La confianza depositada en nosotros fue correspondida dejando el apartamento tan limpio y ordenado como pudimos. Cuando llegó, lo primero que dijo fue: “¡Ustedes son más ordenados que yo!”… ambos reímos, pobrecillo, no tiene idea. La verdad es que somos un desastre.
Conversamos un poco de todo (pero muy poco porque era tarde), sólo hasta las dos de la mañana, ya que al día siguiente nos mudaríamos. Para esa tarea, nuevamente contamos con el apoyo ya impagable de Sandrita.
El domingo, además, era el día de las madres, así que tanto Natasha como yo tuvimos largas conversaciones vía whatsapp. Ella con la suegra, allá en los usados; y yo con mi madre, en Guatire. Ambas tertulias llegaron a cruzarse y en algún momento casi terminan hablando las consuegras solas.
A las 3:50 llegó Sandrita y le dimos un último vistazo al apartamento. Como Pedro no estaba, nos llevamos la llave (increíble ¿no?) y acordamos entregarla durante la semana. La nueva dirección corresponde a una zona de la ciudad mucho menos ostentosa que Palermo, llamada Balvanera. Para los que conozcan Buenos Aires, estamos muy cerca de la Plaza Miserere. Los caraqueños, pueden imaginar que nos hemos mudado a la Avenida Universidad, a la altura de Parque Carabobo.
Un paseo con policías incluidos
Habíamos acordado vernos a las 4:30 con el Sr. Luis, nuestro nuevo arrendador, pero llegamos como 10 minutos antes, de modo que él no había llegado aún. Decidimos que en vez de esperar allí, daríamos una vuelta en el carro. Con tan mala pata que ese día la gendarmería había cerrado varias vías.
Sandrita, que no conocía la zona tanto como para darse el lujo de inventar rutas alternativas, puteó (en Argentina putear significa insultar, vociferar, arremeter verbalmente) a los funcionarios a placer, pero siempre desde adentro del carro y a una distancia de más de 30 metros; nunca se dirigió a ellos en tono ofensivo.
El insistente corte de las rutas, que nos encontramos varias veces y nos obligó a andar en una ruta medio laberíntica dio lugar a una interesante disertación acerca de las variantes del insulto argentino. A los ojos sensibles recomiendo saltarse algunas líneas, que lo que viene es denso.
Ocurre que en estas tierras se puede reforzar casi cualquier cosa con los prefijos RE y MIL. Por ejemplo, nuestro común hijo ‘e puta, en Argentina se convierte en Hijo de las RE MIL Putas. Un simple coño de su madre se convierte en un “la concha de las MIL RE putas que te parió”, y así.
Tras varias vueltas y cortes, en una de las tantas conseguimos una alcabala policial y ¡carajo, nos tocó a nosotros!. Una agente policial nos solicitó orillarnos y, acto seguido, pidió los papeles de rigor. Sandrita estaba hasta la coronilla pero gracias a nuestro buen humor aguantó los 30 segundos durante los cuales comprobaban su identidad y licencias. Seguimos sin problemas, hasta que encontramos el siguiente corte…
El Sr., Luis nos esperaba, junto a su hijo Alejandro, desde hacía ya 15 minutos, pero no dejó de ser amable y comprensivo. Nos mostró el apartamento y nos explicó con gran detalle cada una de las características del mismo. En algunos momentos creí que me tomaba por tonto, pero luego Natasha me hizo notar que él no tenía por qué suponer que ya supiéramos de la electricidad de 240V o de otros detalles, dado que somos extranjeros.
La confitería Opera, 80 años en funcionamiento
Culminada la extensa explicación, nos reunimos de nuevo con Sandrita y con ella fuimos a cenar, que para nosotros era un almuerzo, dado que nos habíamos saltado esa comida. Tras muchas vueltas, fuimos a la Confitería La Opera, con más de 80 años de existencia según dice en sus ventanas, ya que el lugar se fundó en 1928.
Allí, tras preguntar de qué tamaño era una pizza grande, de qué tamaño la mediana, vimos que lo nuestro era una talla XL. Nos sirvieron una cosa espectacular. Sandrita no podía creer que Natasha y yo nos comiéramos la pizza grande sin ayuda. Ella sólo comió tres medialunas (croissants pequeñitos) con café, porque había almorzado con su mamá.
Al regreso nos mostró una zona que está llena de tiendas de instrumentos musicales (y que ya revisaré a fondo).
Balvanera, el Parque Carabobo porteño
Aunque las calles no son tan limpias ni tan luminosas y seguras como nuestra querida Gallo, acá en La Rioja se mantienen varias de las cosas que habíamos mencionado antes: tranquilidad, actividad nocturna, respeto a las señales de tránsito y; en cambio, hay menos rostros rubios o blancos y abundan los rostros indígenas. Es una zona en donde sin lugar a dudas hay más peruanos y bolivianos que en Palermo.
El apartamento de Balvanera también es más pequeño; el de Pedro tiene dos habitaciones, cocina, sala y baño, mientras que éste es más parecido a una habitación de hotel que apenas contiene una cama, un televisor y un par de mesas, a la que se ha anexado una pequeña cocina. Claro que también tiene baño y, dentro del mismo, una lavadora.
A pesar de esa aparente estrechez, tiene todo lo que Natasha y yo requerimos para estar tranquilos y felices. O mejor dicho, lo tuvo desde el lunes en la mañana, cuando el señor de Telecentro vino a instalar el servicio de televisión por cable y Wi-Fi.
Ese día me sirvió para constatar lo que ya sospechaba: me crucé en el ascensor y las áreas comunes del edificio con 6 de mis vecinos. Cinco de ellos eran extranjeros: chinos, haitianos, bolivianos, peruanos y ahora dos venezolanos. Argentina siempre ha sido receptora de migrantes, sólo que ahora no llegan nada más italianos y “gallegos”, como le dicen ellos a todos los españoles, sino que ahora el resto de Latinoamérica también encuentra espacios en su tierra.