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Tomado de el diario La Jornada (México)

Aborto y pedofilia

Arnoldo Kraus

¿Tienen “algo” en común el aborto y la pedofilia? No y sí. No en la realidad. Sí en el lenguaje de los ministros del Papa. El no retrata la vida. El sí es parte de un discurso eclesiástico dogmático. El no distingue dos situaciones distintas. El sí intenta ligar dos problemas que nada tienen en común. El no apela a la razón. El sí a la fe. El no lo escuchan creyentes (en Dios) y no creyentes (en Dios). El sí resume gran parte de la filosofía de las religiones: la fe no requiere de la razón. El embrollo de las religiones actuales es el tiempo y la contumacia de los ministros que ignoran que Dios ha cambiado, que el Dios original no puede ver con buenos ojos lo que sucede en el mundo. Entre el siglo XXI y el advenimiento de los dioses y de las religiones ha pasado mucho tiempo.El cardenal Antonio Cañizares, quien ocupa un ministerio en la curia del Vaticano, afirmó, cuando reflexionaba acerca de los abusos sexuales y sevicias a menores cometidos en internados católicos en Irlanda entre 1950 y 1980, que “no es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios, con los millones de vidas destruidas por el aborto”. Lo grave de la afirmación de Cañizares es que no sólo es su opinión: su voz y su postura es la del Vaticano y de la Iglesia católica que avala esos razonamientos. De no ser así, algo, además de unas pocas palabras, hubiese ya sucedido contra los abusos perpetrados por algunos miembros del clero católico.

Tras los escándalos y la pena católica por lo sucedido en las manos y en los genitales de religiosos en Estados Unidos, México, Francia, Inglaterra y Australia llega Irlanda. Salvo por la nacionalidad y la religión de los obispos la historia es la misma: abusos impensables contra menores, falta de acción contra los abusadores y ocultamiento de los nombres de los responsables. La complicidad de la jerarquía católica es alarmante. No denunciar y no castigar es sinónimo de aceptación y, ¿por qué no?, al aceptar los hechos se permite que los abusos continúen y, en algunos casos, ¿por qué no?, que se estimulen esos latrocinios. El secretismo de la Iglesia habla de cerrazón, de vergüenza y de conveniencia. La doble moral corre por los pasillos del Vaticano. Ocultan los nombres de sus abusadores y no los condenan. Alaban al siniestro Berlusconi cuando éste apoya al prelado en contra de la decisión médica de permitir que Eluana Englaro muera. En el diccionario del Vaticano la palabra contradicción no existe.

Hace pocos días, la representante para Europa de Catholics for Choice, Elfriede Harth, aseguró que “los obispos sólo protestan por asuntos de la zona pélvica, no por guerras ni por vulneraciones de derechos humanos”, a lo que se deben agregar disparates como la postura de Cañizares. La misma funcionaria de Católicas por el Derecho a Decidir nos recuerda lo que los librepensadores repiten cuando se trata del aborto y cuando se habla de que dentro de la Iglesia han existido otras iglesias. San Agustín afirmaba, por ejemplo, que “el aborto no debe considerarse homicidio porque en los primeros meses no se ha instalado el alma en el cuerpo”, mientras que Santo Tomás “aceptaba que el aborto podría llevarse a cabo hasta los 40 días de gestación si se trataba de un varón y hasta los 90 si era niña, ya que sólo a partir de esas fechas era cuando realmente se había formado el ser humano”.

El argumento del cardenal Cañizares es abominable. Los fetos y los embriones tienen valor y derecho a la vida. Las vidas lastimadas, y en ocasiones destruidas, de los niños abusados y violados que acudían y acuden –el caso mexicano del pederasta Marcial Maciel es muy fresco– a escuelas católicas y que se convirtieron en víctimas de la curia valen menos que las de los embriones. Es también abominable porque la Iglesia financia campañas antiaborto pero no indemniza a las víctimas de sus miembros. ¿Cuándo la verdad?

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