Eduardo Parra en la Bahía de Cartagena
Crónica,  Viajes

Crónicas colombovenezolanas: A Cartagena

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(Buenos Aires- 02/10/2024) Cada vez que viajo me da por escribir crónicas acerca de lo vivido en esos días que suelen ser de vacaciones. Esta vez la aventura me llevó a Colombia, país que a pesar de su cercanía con Venezuela, nunca había visitado; y luego hice un vuelo rasante de apenas 6 días por mi tierra natal. Aquí les va.


Al igual que mis visitas a Cuba y a Ecuador, el móvil y excusa para este viaje ha sido la Tropa Cósmica, ese grupo de fans de Silvio Rodríguez que se niega a admitir que son un club de fans. De ellos hablé en Radio Café Atlántico.

En esta ocasión la cita era en el eje Cartagena – Santa Marta, con breves paradas en Barranquilla. Estas ciudades se encuentran en la costa del Caribe colombiano y son tremendamente similares a las de Venezuela.

Me subí al pájaro de hierro en el Aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires, transportando mi cuatro como equipaje de mano y mirando por la ventanilla el paisaje gris de una lluvia otoñal que mojaba los 11 grados del clima. Las maletas iban casi vacías, consciente como era de que en Colombia la ropa es mucho más barata y de mejor calidad que en Argentina.

Con permiso del CTA

Salimos con más de dos horas de atraso y tenía escala en Lima. Tres horas de vuelo más tarde hice un brevísimo e incómodo paso por el aeropuerto peruano, a donde llegué muy atrasado, como era de esperar. Allí miré en las pantallas que debía acercarme a la puerta 22, pero sin saber dónde estaba.

Por fin un funcionario me indicó la dirección y me vi como único pasajero frente a una trabajadora de la línea aérea Latam:

– ¿Es usted Eduardo Parra?
– Sí
Me pidió el ticket y el pasaporte, y tras un vistazo tomó una radio portátil:
CTA, aquí está el pasajero de las maletas…
Mientras yo me preguntaba qué carajo tenían mis maletas, la muchacha recibió respuesta y me dijo “venga conmigo”.

Todo lo que ocurre ahora es a máxima velocidad, corriendo los dos y yo más rápido que ella: me guió hacia la manga (yo siempre lo conocí por gusano pero se llama manga), ese pasadizo con el que se conecta hacia la puerta del avión y, al cruzar una esquina del aparato ese, vi la ansiada puerta, abierta para mí y sólo para mí.

Desde ahí me vio el piloto y, también desde ahí, conmigo en pleno pasadizo, manoteó visiblemente molesto y lanzó un rotundo “¡Yo no autoricé su ingreso!”.

Imagen creada con AI.

No dio tiempo a que yo lo insultara (recuerden que todo esto ocurre a velocidad de rueda de hamster) porque desde atrás de mí la muchacha gritó aún con mayor rotundidad: “¡CTA lo autorizó!” y claro, yo no frené mi carrera en ningún momento, así que ya estaba frente al tipo, que me miraba con desprecio.

– Te lo permito por esta vez- me dice el muy idiota, como si me esperase todas las mañanas para dar una vuelta por Suramérica. Lo dejé discutiendo con la muchacha y, también muy velozmente, una azafata se hizo de todas mis pertenencias y las guardó donde buenamente pudo, en los espacios libres de los baúles que hay en la parte alta del avión, que estaba lleno.

Cartagena desde el aire

Cuando regresé del viaje, averigüé que CTA significa Control de Tráfico Aéreo. Al menos alguien sabía que el atraso no era por mi causa.

De Cartagena, a mucha honra

Poco después me bajaba del avión por la misma puerta, esta vez mediante una escalera. Apenas salí me dio la bienvenida el olor a salitre; el sol radiante, los 32 grados del Caribe que en esa región se manifiesta tan frondosamente como en Margarita, Varadero o Punta Cana.

El consejo recibido desde mucho antes de llegar, fue que cambiase la menor cantidad de dinero posible en el aeropuerto, porque tienen la peor tasa. Tras pasar migraciones y la aduana localicé un lugar donde cambiaban dinero y efectivamente, la tasa era muy mala, así que sólo cambié 50 dólares.

El billete de 50 honra a Gabriel García Márquez

Mi sorpresa fue mayor cuando el hombre tras la ventanilla me habla con un acento muy caraqueño. Supuse que se trataba de uno de los tantos venezolanos que viven en Colombia y le pregunté de dónde era. Su respuesta fue inequívoca, y marcando mucho las erres:

– Yo soy cartagenero, hermano.

Me reí con él, y tomé un taxi que me dejaría, ahora sí, en el hotel. Lo que pasa después se los cuento en la siguiente entrega.

Soy periodista y músico

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