Crónicas argentinas: Navidad
Que siempre hay una primera vez para todo es un lugar común, pero eso no hace que sea menos cierto: a mis cuarenta y tantos tacos (Sabina dixit), por primera vez he pasado la Navidad y Año Nuevo afuera de Venezuela.
Eduardo Parra Istúriz
Los argentinos no celebran la Navidad con la fuerza ni la alegría que lo hacemos nosotros. No sé si es el calor (acá comienza el 22 de diciembre comienza el verano); tal vez la naturaleza del pueblo, menos festiva que la de los caribeños, o simplemente otra forma de mirar la fe cristiana, más apegada a la liturgia que a la rumba.
Lo cierto es que la gran celebración que significa la Navidad para los venezolanos, que implica aguinaldos, gaitas, hallacas, pan de jamón, ponche crema, cena del 24, cena del 31, regalos del niño Jesús, nacimiento (pesebre), aquí se limita a los regalos de San Nicolás o los Reyes Magos y algún que otro adorno en los comercios.
No verán en Buenos Aires las casas adornadas profusamente con pequeñas luces intermitentes. El pesebre consiste en las 8 figuras básicas (la familia, los reyes, la mula y el buey) y no se acerca a las complicadas maquetas que solemos hacer por allá. No encontrarán en las calles cientos de vendedores con ovejitas, casas y figuritas de plástico, dado que casi nadie hace pesebres.
Tampoco se escuchan aguinaldos en las calles, ni se ve a gente vestida de San Nicolás, a menos de que entre uno a un centro comercial. En resumen, esta etapa del año pasa sin hacer ruido.
Hallacas entre panas
Pero los venezolanos sencillamente somos venezolanos. Luis y su familia son un factor aglutinante que convoca a un grupo muy interesante de compañeros que hacemos, entre otras cosas, música, con una agrupación llamada Ají Dulce, pero que también nos encontramos para conversar, tomar café, y esta vez, para hacer hallacas.
El grupo es bastante numeroso, así que hicimos una vaca y compramos los ingredientes entre todos, que además así sale más barato. La única fcha disponible para ello era el 16 de diciembre. Ese día nos encontramos en la casa de Hermes, uno de los compañeros del mencionado combo.
Debido a mis ocupaciones en la radio, Natasha y yo llegamos después de las 3 a la cita, pero otros compañeros ya esaban allí desde las 9 de la mañana, encargándose de picar cebollas, carnes, pollo, freir onoto (achiote), preparar el caldo de pollo, y toda la parafernalia que implica la preparación de nuestras exquisitas hallacas.
Las “multisápidas” les decía el ilustre guatireño, Rómulo Betancourt, cuando quería adornarse con palabras domingueras, pero la verdad es que las hallacas tienen muchos sabores dentro. Guiso, carne, encurtidos, aceitunas, alcaparras, tocino, uvas pasas, todo eso se mezcla dentro de una especie de tamal que se elabora con harina de maíz, la misma de las arepas. Hace 30 años, mi abuela usaba maíz molido con tracción animal y el brazo encargado de hacer girar el molino era el mío.
Navidad es cocinar
Cuando llegamos se estaba cocinando el guiso. La masa ya estaba lista y la mayoría de los ingredientes dispuestos, gracias al trabajo de todos los implicados. El guiso, que es la parte más delicada de toda la preparación, fue obra del mismo Luis, quien por cierto, es cocinero profesional, así que estábamos en estupendas manos.
Se reservaron unos garbanzos para hacer las hallacas vegetarianas de Natasha, a las cuales se anotaron gustosos unos cuantos más. Yo me había inscrito como amarrador oficial. No lo creerán, pero el amarre es una fase clave. Si la hallaca queda mal amarrada, en el momento de la cocción se le mete el agua y se pierde todo el trabajo.
Pero antes, había que limpiar y desvenar las hojas de plátano. Luis nos explicó que en realidad son de cambur (banana), porque esa hoja es más grande. El proceso de desvenarlas fue rápido y sin traumas. Las hojas eran un poco pequeñas para nuestro gusto pero, estando en Buenos Aires ya es un lujazo tenerlas. De hecho, el ingrediente más caro fue ese, justamente el que no se come.
Trabajo colectivo
Como a las 9 comenzó el armado de las hallacas. Había llegado Jean Carlos y entre los dos nos encargamos de amarrar las más de 200 unidades que salieron. Todo esto se hizo mientras degustábamos el ponche crema casero que hizo Luis (nos tomamos 5 litros en un santiamén), y no menos abundante cerveza.
Eran más de las 10 cuando por fin comenzó la primera ronda de hervor en la olla más grande que habíamos podido conseguir. No sé a qué hora estuvieron listas, pero repartimos la primera hallaca entre los chorrocientos que estábamos allí. Fue realmente delicioso, no sólo por el bocado, sino también por el compartir.
Salimos al día siguiente de casa de Hermes. Llevábamos cansancio, sueño, pero la satisfacción de haber hecho hallacas en nuestra primera Navidad en Argentina. Paradójicamente, hacía años que no las elaborábamos en Venezuela.
El estreno de Ají Dulce
Para el día siguiente estaban previstas dos actividades musicales importantes, por suerte, las dos en el mismo lugar, por suerte. Existe un grupo llamado Asociación de Venezolanos en Argentina (Asoven), que se encarga de organizar actividades relacionadas con nuestro país en las tierras de San Martín, y en esta ocasión realizaban una feria que se remataba con una misa.
En la feria este negro iba a tocar como parte de la agrupación Posta Gaitera, con la que Luis y yo hemos estado trabajando desde noviembre. Luego, como parte de la misa, Ají Dulce tendría una participación especial.
Ají Dulce es el primer proyecto musical con el que me involucré al llegar, un grupo de amigos a los que nos gusta cantar y que lo hacemos suficientemente bien como para atrevernos a hacerlo en público.
Fuimos llegando graneaditos. Yo estaba allí de antes porque tocaba con Posta Gaitera, mientras que Hermes y Marjorie también andaban por ahí desde temprano. Cuando entramos a la iglesia nos tocó sentarnos en el ala lateral al altar, y quedé de espaldas al cura. Como no conozco el funcionamiento de la misa, Marjorie me iba soplando cuándo tocaba cantar.
Luego se sentó Carlos Daniel junto a nosotros. Charlotte y Luis llegaron más tarde, pero dentro de lo convenido. En la medida en que íbamos llegando, nos acomodábamos en el reducido espacio que nos habían asignado.
La presentación fue un éxito rotundo. Cantamos varios aguinaldos y cerramos con una parranda: Bastó que entonáramos
“Alumbra, alumbra alum…
alúmbrame el zaguán”
para que los numerosos venezolanos presentes se unieran al coro y nos fueran rodeando para grabar con sus celulares. Fue súper emocionante ese momento porque sentimos la presencia de los venezolanos y nuestra identidad. Estuvo muy lindo todo.
Apenas dos días más tarde, el martes 19, Luis y yo nos estábamos presentando en un local llamado El Viejo Buzón, uno de los bodegones más antiguos de Buenos Aires, en donde hicimos temas a dúo y aprovechamos de celebrar el cumpleaños de Charlotte.
Lo que no sabía ella era que también le preparábamos otra celebración para el viernes 22: más torta, más cerveza… y yo a pararme temprano para el programa de radio del sábado 23.
Nochebuena en manada
El 24 también nos reunimos un montón. Esta vez el punto de encuentro fue la casa de Luis, donde se reunió casi toda su familia (ya viven aquí sus dos hermanos menores con sus respectivas parejas, y su mamá), así como Marjorie, Samir y el Guaya.
La cena fue casi a las 12, yo me había apertrechado con una buena ración de maní japonés, de modo que no tenía tanta hambre, pero casi mato a Charlotte cuando se antojó de hacer una foto de la mesa servida, impecable, y todo el mundo con ganas de comer… ¡La maaaatoooo!
Hubo una linda ronda de intercambio de regalos, como es nuestra costumbre, y me imagino que Marjorie llegó directamente a su casa a destapar al Niño Jesús, que ella es fanática de los nacimientos.
La estrella de la noche fue un juego de cartas que combina buena vista, reflejos y mucha agilidad. El juego trae más de 50 cartas redondas, cada una tiene 8 figuras y la cosa es que una (solamente una) de esas ocho figuras está en otra carta. Hay que localizarla antes que los demás y ponerla en la pila. El primero que se quede sin cartas gana.
Nos reímos mucho jugándolo porque, así como el mejor de todos era Carlos Roberto, el peor era Carlos Daniel, hermanos a los que la genética les repartió la vista y los reflejos muy desigualmente. Cuando nos pusimos filosóficos, quisimos desentrañar la fórmula matemática que explica la organización de las figuras en las cartas.
Otra vez salimos muy tarde a nuestra casa, sólo que esta vez estábamos mucho más cerca. Al día siguiente, lunes 25, estábamos como corresponde: con el estómago estragado, somnolientos, era día de recuperarse y dormir, porque en la madrugada del 26 debíamos viajar al aeropuerto de Ezeiza a buscar a la mamá de Natasha… pero esa ya es otra crónica.