Crónicas Argentinas – Sorpresas agradables
Hay varias cosas agradables qué mencionar en esta crónica, pero deseo comenzar con lo más importante: el factor humano. Desde que salieron las dos entregas anteriores, la Tropa Cósmica se puso en contacto.
Desde adentro del país, Sandrita, Silvia Bernárdez, Rosa María Vizgarra, Ariel Till y Carlos Martínez se han acercado con buena intención. También se han activado otros compañeros desde afuera, como Alberto Montoya, Juangui, Analia y Joselo, estos tres últimos al lado, en Montevideo.
En Venezuela, la tropa también ha seguido con interés el relato y sé que, a pesar de las muchas preocupaciones que tienen (y no son pocas), han estado atentos a mis movimientos por acá. Mil gracias a toda la Tropa Cósmica. Gracias.
Ahora sí, hablemos de Buenos Aires.
Las primeras impresiones siempre son parciales, porque uno apenas conoce fracciones de la realidad que lo rodea. Tenemos la suerte de estar alojados en Palermo, que es una de las mejores zonas de la ciudad, y eso facilita el sentirse bien en muchos aspectos. Para los caraqueños: es como vivir en Chacao, sin guarimberos.
Así que Buenos Aires nos está mostrando su carita muy bien lavada. Estamos seguros de que en otras zonas la organización no será tan estricta. No obstante, ya podemos comentarles algunas de las sorpresas bonitas que nos guarda la ciudad.
Buenos Aires parece ser una ciudad muy organizada y hace gala de ello. El respeto a las normas de tránsito por parte de los conductores es notable. A ello contribuye muchísimo la pequeña cantidad de motorizados que, si bien los hay, no son tan abundantes como en Caracas. No es común ver que los motorizados invadan los rayados, que haya 5 o 6 esperando el cambio de la luz en cada semáforo, siempre en primera fila, ni que se coman la luz del semáforo. Tampoco he visto motorizados invadir las aceras.
Las calles, limpísimas, modifican el comportamiento de la gente. Nadie echa sucio al piso o al menos es muy raro ver que alguien lo haga. Y esto no es exclusivo de Palermo, dado que vimos el mismo comportamiento en Caballito y en Once. Una demostración de que la educación no requiere de otra cosa que del buen ejemplo. Deben tomar nota nuestras autoridades en Venezuela.
Una muestra de la organización de la ciudad son unas señales sumamente abundantes que en Caracas no
existen. Se trata de unos bombillos verdes que están colocados en los edificios, más o menos a 2 metros de altura. Al principio nos preguntábamos, intrigados, por qué estaban allí esas luces. Luego notamos que estaban al lado de las salidas de estacionamiento. ¡Misterio resuelto! Las luces indican si es seguro el paso por allí. Cuando las puertas de los estacionamientos están abiertas, las luces cambian a color rojo.
Entre las cosas que nos ha quitado la inseguridad en Venezuela se destaca la paz. La tranquilidad. Nos han dado consejos de “seguridad” que nos parecen muy ingenuos, porque estamos acostumbrados a un estado de alerta permanente en nuestro país. Uno comprende ahora esos testimonios de otros compatriotas cuando decían “me di cuenta de que en Caracas vivía muy asustado”.
Aunque no aparecen en esta crónica, ya hemos hecho fotos con nuestra cámara fotográfica Canon, que no usamos en Caracas sino en casos muy especiales como la cobertura de un concierto. Aquí hemos caminado las calles con el bolso de la cámara encima sin que nadie haya intentado ni siquiera un arrebatón.
El tamaño sí importa
En Venezuela la palabra kiosko se refiere a puestos metálicos en los que se venden productos de quincallería, golosinas y menudencias diversas. Tal modelo de kiosko en Buenos Aires está reservado a las ventas de revistas y libros, o de flores. En cambio, ellos llaman “kiosko” a locales comerciales pequeños pero que forman parte de los edificios, en los que se venden cigarrillos, golosinas, bebidas y, a veces, hasta cervezas.
Para los venezolanos es importante tener en cuenta que en Argentina lo que nosotros llamamos barrios son llamadas villas. Un barrio como La Vega puede ser “Villa La Vega” en Buenos Aires. En cambio, las urbanizaciones caras se llaman barrios. Desde el lenguaje argentino, La Trinidad es un barrio de lujo.
Otra cosa sorprendente para cualquier venezolano es que las cervezas vienen en botellas de un litro, lo cual es, obviamente, incompatible con la manía criolla de tomarnos las cervezas casi congeladas y en pocos tragos. En Argentina lo más común es que se compre una cerveza para compartir. Una da para cuatro vasos y eso para dos personas está muy bien si se acompaña un almuerzo. Hace un par de días nos tomamos una Quilmes tipo stout, con un sabor dulzón sumamente agradable.
Los aguacates no se llaman así, sino paltas. ¡Y son enanos! Las paltas que se consiguen en Buenos Aires son importadas de Chile, minúsculos en comparación con nuestros aguacates y además tienen una cubierta muy oscura. Por suerte el sabor es idéntico, pero hay que cuidar el bolsillo, porque todos los productos importados son mucho más costosos que los de producción nacional.
Los chinos son los chinos en todos lados. Es impresionante cómo los mercados de chinos son idénticos a los de Caracas, excepto por la omnipresencia del vino, que es un lujo en Venezuela y en Argentina es apenas más costoso que un jugo de naranja. Una botella de vino barata puede oscilar entre 45 y 65 pesos. Claro que hay botellas de 200 y 500 pesos. Los límites hacia arriba siempre son infinitos. Pero la cerveza Quilmes de un litro cuesta 53 pesos, más 15 del depósito. Cuando compras una, pagas la botella, y con la factura puedes devolverla y te reintegran los 15 pesos. Las cervezas importadas son más caras. En resumen, hay botellas de cerveza más caras que algunos vinos.
Una esquina con buen sabor.
A una cuadra y media del emplazamiento que ocuparemos hasta este domingo se encuentra el cruce de la avenida Santa Fe con la calle Aguero. Allí se encuentra el restaurant Regent, en donde venden pizzas y, ante el llamado mágico de la especialidad italiana, Natasha y yo nos asomamos a probar qué tal.
Nos comimos una pizza exquisita, con base en champiñones. Además tenía nueces, aceitunas y morrón (pimentones), además de una abundante crema que constituía la mayor parte de la cubierta de la pizza. La acompañamos con una cerveza de un litro, tipo pilsen, de marca Stella Artois, muy buena también.
El Regent y su personal serían testigos, poco después, del encuentro con Sandrita, pero eso formará parte de una nueva crónica.
Sin comentarios
Unknown
Muy buena la crónica…De agradable lectura y con información práctica que puede ser de utilidad para cuando nos toque…si es que nos toca..jejejeje…Por supuesto, esperamos la crónica musical ampliada. Que les siga yendo bonito.