La guitarra de MonoPunk
Dicen que tenía 37 años, pero MonoPunk no puede haber muerto de 37 porque era mayor que yo, y yo tengo 38. ¿O será que siempre me pareció mayor por lo escoñetado que andaba?
Eduardo Parra Istúriz
En estos días avisó Vladimir Sosa Sarabia por Twitter, que MonoPunk se había muerto. No sé qué sentí; creo que es la primera vez que me quedo tan indiferente al enterarme de la muerte de una persona a la que conocí y que en algún momento fue eso que llamamos “un pana”.
De acuerdo con las voces de la Caracas nocturna de los 90 (yo viví en La Rosa, Guatire, hasta el año 2003), MonoPunk era un ícono de la zona de Bellas Artes, y muy especialmente del área de la Plaza de los Museos y el Rajatabla. Y debe ser cierto, porque la última vez que lo vi en Guatire, fue en 1994, el día que el muy hijoputa me robó la guitarra. Luego desapareció del planeta y sólo lo volví a encontrar en las memorables jornadas de teatro y cerveza que nos dispensábamos con Gustavo Urbina.
Salíamos del reestreno de “Tu país está feliz”, que fue la primera obra que montó la agrupación teatral Rajatabla, allá en 1971, y que repitieron en 2006 para celebrar sus 35 años. Yo no podía imaginar que me iba a encontrar de frente con un tipo andrajoso, destruido, con obvias señales de estar consumiendo drogas muy agresivas, que me pidió plata. Cuando lo vi, no lo podía creer… atiné a responderle:
“¡Qué bolas tienes tú, me robas la guitarra y después me pides plata!”.
Lo que quedaba de MonoPunk me reconoció. Me dijo, adolorido:
“¡Mala mía panita! ¡no me recuerdes ese tiempo, ese infierno en Guatire!”.
Y se fue, meneando la cabeza hacia los lados, como sacudiéndose un chaparrón invisible, y confundiéndose en la oscuridad como si estuviese en una escena de Sin City. Yo llegué a Caracas en la huída de mi infierno guatireño…
Lo cierto es que sí conmueve esta historia trágica. Conocí a MonoPunk hace como 22 años. En esa época no lo sabía (ni era importante) pero se llamaba Gabriel Rodríguez y desde carajito estaba metido en el peo de las drogas. Dicen las malas lenguas que este pana era hijo de José Ángel Ciliberto, el famoso funcionario del gobierno de Lusinchi que estaba hasta el cuello en el escándalo de los jeeps. También (parece mentira) tenía mamá, y era (o es) una señora conmovida y asustada del destino que había tomado su muchacho.
Allá en 1993 un grupo de locos y soñadores fundamos el At’neo La Rosa, único ateneo que había en toda la zona de Guarenas y Guatire, e inmediatamente montamos una peña teatral, poética y musical que sólo contaba con un pequeño sonido (una cornetica como de 12 vatios, en realidad), propiedad de uno de los fundadores.
Nuestro grupo era muy compacto y cuidadoso con sus elementos. Si una muchacha vivía lejos, la llevábamos a su casa y regresábamos a pie aquel bandón. Una noche nos dimos cuenta de que se nos acercaban unos tipos muy malandrosos, y nos pusimos nerviosos porque aunque éramos varios, ninguno estaba armado siquiera con un cortauñas. De repente, los tipos se devolvieron con cara de susto. La causa era que un poco detrás de nosotros había salido de una calle el grupo de MonoPunk, y a esos panas los malandros sí les tenían miedo.
Esa banda de chamitos roqueros metaleros punketos (vaya usted a saber qué coño eran, yo apenas sé un poquito de joropo), tenía como instrumento clave un adefesio metálico llamado “la perolera”. La perolera era básicamente un rin de carro, al que se le acoplaba una vara metálica que a su vez sostenia toda clase de peroles sonoros que entre todos intentaban sustituir a una batería. Y claro, ellos siempre cargaban cabillas, que era con lo que le daban coñazos a la perolera, y a los malandros también.
El líder de la banda era MonoPunk y a veces le pedía al ateneo la cornetica prestada. Siempre la devolvió en perfecto estado y con puntualidad. Hasta que un día fue a mi casa, pidió prestada la cornetica y la guitarra para un ensayo, y pasaron 12 años para que lo volviera a ver. Era la primera guitarra que yo compraba con mi salario. Representaba un logro personal y además sonaba bastante bien.
Como no aparecía, a la semana pasé por su casa (la de su mamá) y la mujer, llorando, me explicó que MonoPunk se había llevado todo; equipo de sonido, televisor, algunas joyas de ella; que le había roto las rejas de las ventanas para entrar y que no sabía donde estaba. Efectivamente las rejas estaban salidas de sus quicios.
Ya pasaron casi 20 años, y ahora MonoPunk no está más. La reseña de El Universal es risible…
Hace poco, por una de esas vueltas de la vida, supe que alguien había abierto un grupo de Facebook dedicado a él. Hubo gente que lo admiró por ser consecuente con sus ideales. Hay gente que cree que era anarquista, un verdadero representante de la cultura punk. Yo creo que sólo fue consecuente con su necesidad de consumir droga; ningún drogadicto puede tener ideología. Si le creemos a las malas lenguas, fue víctima del desamor de un político, y desde cualquier ángulo, fue víctima de su propia desidia, de su fatal aferrarse a un destino maldito. Lo mataron de una puñalada.
No siento dolor por él; no me conecté nunca con él ni con su estilo. No puedo dejar de pensar que ese mismo pana que me salvó de un malandro alguna vez, terminó convirtiéndose en otro malandro y que junto a la banda de piedreros de Bellas Artes debe haber jodido a más de uno para quitarle un reloj, un celular, unos zapatos. Pensándolo bien, era bueno haber conocido a MonoPunk en sus tiempos de adolescente.
Da dolor pensar cuántos destinos malditos siguen todavía rebuscando por las calles, y cuántos vendrán.
Descansa si puedes. Tu huella dejaste.
Un Comentario
Anónimo
Obsesión-compulsión, ese hilo tendido entre las dendritas cuerpo adentro, resorte de la dependencia y la alienación jalando masivamente hacia la desintegración individual. Grupos de deliberación cara a cara para explorar sentimientos nuevos que nos aparten de las emociones que usualmente nos someten a la inconsciencia, dadas la incomunicación y la competitividad funcionales al sistema impersonal que nos adscribe como mercancías. Cara a cara, rostros y vivencias, creando espacios de liberación y deliberación donde concurrir y derrotar el miedo individual con la certeza colectiva.