Crónica,  Música

Crónicas argentinas – Los túneles encantados

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Esta crónica se la debía a Buenos Aires de hace mucho rato. Se me ocurrió escribirla hace un par de semanas pero me fui enredando en más asuntos, como dice Silvio.

Como recordarán quienes leyeron las otras crónicas (si no lo han hecho, les recomiendo leerlas una por una y en orden), al llegar a Argentina (domingo 7 de mayo) nos alojamos en el apartamento de Pedro Mazzino, en la calle Gallo, en la zona de Palermo, que es muy costosa. El domingo 14 nos mudamos al lugar que ocupamos ahora, en la calle La Rioja, Balvanera, y que se parece mucho más a nuestro presupuesto real.

Una de las tiendas en Microcentro.

Lo cierto es que el domingo Pedro tenía que salir y nos dejó las llaves de su apartamento, diciéndonos que se la entregásemos luego. Se trata de un acto de confianza muy difícil de comprender en el contexto venezolano, pero poco a poco nos vamos acostumbrando. Igual, nos parece que la actitud de Pedro es sencillamente excepcional.

El lunes no pudimos vernos para entregarle las llaves, pero el martes hicimos un hueco en la apretadísima agenda (de él), que transcurre entre su oficina (cerca de Microcentro) y la zona del Congreso. Quedamos en vernos en su oficina.

Microcentro no está en el centro.

 Si vemos un mapa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), como se llama oficiamente, veremos que tiene la forma de un trapezoide irregular, una especie de triángulo romo. Hay una zona muy hacia el este (tanto que colinda con Puerto Madero), llamada San Nicolás. Allí se encuentra Microcentro.

Microcentro está muy al este en Buenos Aires.

Se trata de una cuadrícula de 8 cuadras por lado, entre la avenida De Mayo (sur), la avenida Córdoba (norte), la extra ancha avenida 9 de julio (oeste) y la av. Leandro Alem (este). En todo el centro del trazado nace la avenida Corrientes, que lleva directamente al famoso Obelisco de la 9 de julio. Además hay una avenida (la Sáenz Peña) que corre en diagonal y conecta ese obelisco con la Plaza de Mayo. Mejor vean el mapa.

Microcentro.

Para los venezolanos, Microcentro puede describirse como un intermedio entre el casco histórico central de Caracas y el bulevar de Sabana Grande en sus mejores tiempos. Hay allí edificios de valor histórico, pero a la vez se produce una intensa actividad comercial. La zona está pensada para e turismo y el tránsito vehicular está restringido en casi todas sus calles.

Esto sí es underground

Yo tenía que verme con Pedro en la avenida Corrientes, así que acudí nuevamente a google maps y descubrí que la forma más directa y sencilla de llegar era el Subte. Pero además, yo estaba loco por ver el famoso “metro de Buenos Aires”, uno de los más antiguos del mundo, fundado en diciembre de 1913. El Metro de Caracas se fundó en 1983 y siempre ha tenido un aspecto muy moderno, no así el de Buenos Aires, lo cual alimentaba mi curiosidad.

Los accesos indican a qué líneas se puede entrar por ellas.

El Subte está compuesto actualmente por 6 líneas en funcionamiento: A, B, C, D, E y H (la F, la G y la I se están construyendo), cada una identificada por un color distinto. La línea A es, lógicamente, la más antigua y se ha reservado para ella el color celeste, presente en la bandera nacional argentina. La red tiene unos 54 kilómetros de vías en total, pero al añadir las nuevas líneas puede llegar a 75 km. Todos los trenes son eléctricos pero según la línea varía el método: en todas las líneas excepto la B se usa una catenaria central. En la Línea B se combina ese sistema con el de riel central electrificado.

Mapa de vías actual

Otro dato interesante es que las mascotas pueden viajar en el Subte, sin pagar pasaje adicional, aunque siempre en el último vagón. A tal efecto en las estaciones hay un área reservada para la espera con mascotas.

Las mascotas son bienvenidas

Con el centenario del Subte, en 2013 se sustituyeron los últimos vagones de la etapa antigua que quedaban en servicio. Se trata de unos legendarios vagones de fabricación belga (ensamblados en 1912) que eran los más antiguos del mundo en funcionamiento. La gente iba al Subte a despedirse de los vagones y se hacían fotos con ellos; lamento no haberlos conocido: debe ser alucinante ingresar a un tren subterráneo y que esté construido de madera.

Últimos chances para ver los vagones. Foto: El Clarín.

Algunos de esos vagones históricos fueron subastados para recoger fondos y evitar que terminaran abandonados. La idea era que se montasen locales para la gastronomía en ellos. Aún no he averiguado en dónde se encuentran, pero eso es cuestión de tiempo.

Aspecto interno de los vagones de 1912.

A pesar de la modernización, las estaciones siguen teniendo en muchos aspectos un aire antiguo (como toda la ciudad), y no son frecuentes las escaleras mecánicas. Las 14 estaciones originales, de Plaza de Mayo a Plaza Miserere, conservan la estética original.

Los túneles de ingreso a las estaciones y sobre todo las estaciones en sí mismas guardan el aire de construcciones hechas para siempre. Por ejemplo, en contraste con los andenes caraqueños que están completamente libres de obstáculos, en los de la Línea A se pueden ver las columnas de acero que sostienen el túnel desde hace más de un siglo.

Uno de los vagones históricos. Foto: Ariel Cruz.

Las estaciones están decoradas con frescos y cuadros de época. Las restauraciones que se han hecho a los túneles, andenes y estaciones han sido muy respetuosas del carácter retro que reina en la mayor parte de la red. Los carteles originales de las estaciones fueron restaurados y pueden verse en las paredes de los andenes.

Además, hay otras curiosidades, como los restos arqueológicos (fósiles de gliptodonte) encontrados durante la excavación de la Línea B. El Subte es, en sí mismo, un lugar de interés turístico. Me han hablado maravillas de la estación Constitución, que aún no visito, pero seguramente cuando lo haga formará parte de una nueva crónica.

Notas por el subsuelo.

La estación más cercana a mi casa y por consiguiente la primera que visité se llama Plaza Miserere, una de las 14 fundadoras. Por esa misma línea debía ir, en dirección a Plaza de Mayo, para verme con Pedro. Pero éste me avisó que no iba a poder estar en el lugar convenido y me pidió que le dejara las llaves con un compañero de oficina.

El ir fue muy rápido. Me llamó mucho la atención todo el aspecto antiguo de los trenes y pasillos, la casi total ausencia de escaleras mecánicas, y en general, el contraste entre la estética de hace décadas y la tecnología de los trenes chinos y la adaptación de los torniquetes (muchos con barreras de madera) y el sistema electrónico SUBE, con la que se pagan todos los pasajes del transporte público en Buenos Aires.

Abundan los músicos subterráneos. Foto: UBA.

Salí del tren y, muy cerca de los torniquetes, a los que acá llaman molinetes, topé con un par de chicos que tenían montada toda una parafernalia en el andén: atriles, partituras, guitarras, micrófonos, parales y altavoces amplificados. Los chicos cantaban muy bien. Me quedé escuchando un rato y caí en cuenta de que movilizar todo ese aparataje no era fácil. En caso de que la policía o la vigilancia del Subte los echara, iban a tardar lo suyo en salir de ahí, de modo que tenían que tener un permiso o algo así.

Al final de una canción, les pregunté si tenían una licencia para tocar en pleno andén. Quería saber si estaba regulada la actividad musical en el Subte (recordar que soy músico e hipotéticamente puedo recoger unos cuantos pesos entre joropos y merengues), y uno de ellos me respondió:

– Mirá, sí, para tocar en los andenes tenés que tener un permiso. Te inscribís en la dirección tal…

– ¿Y para tocar dentro de los trenes también?

– No necesitás licencia, te montás a hacer lo tuyo, igual te van a cagaaar, te van a perseguir de vagón en vagón, pero es así, chabón, igual se labura…

Les di la gracias y salí contento. Quizá algunos porteños comiencen a conocer joropos, merengues y tamunangues…

Entregué las llaves y al regreso entré la misma estación Perú (o eso creía yo), muy amplia porque conecta con las líneas D y E. Por cierto, es curioso que entre las 14 estaciones fundacionales, una se llame Perú y otra Lima.

Entré por cualquier parte. Ahora que lo pienso, tal vez entré por una escalera de la Línea D o E, porque primero pasé por un andén que no era de la A, donde se escuchaba vagamente música instrumental con un saxofón solista. Tuve que recorrer parte del sistema de túneles que conecta a los pasajeros de las tres líneas, hasta dar con el andén celeste. En ese trayecto me encontré con la responsable de la música. No era Kenny G, sino una mujer en minifalda negra que soplaba como las diosas (al saxofón) y tocaba de maravilla. Su arte inundaba los dos andenes y todos los túneles de pasajeros.

Los vagones actuales de la Línea A, de fabricación china.

Me metí en el vagón amarillo, pensando en las piernas, ¡perdón!, en las notas de la chica del saxofón, e hice el recorrido en sentido opuesto hasta llegar a Plaza Miserere. A la salida no sabía dónde estaba el norte o el sur, porque en esta ciudad no está el cerro Ávila (¡coño, qué falta hace!), sino que es plano por todos lados.

Tras reorientarme, volví al apartamento sin novedades, y pensando en dónde se puede ofrecer trova, o buena música venezolana, a los habitantes de la ciudad de la furia.

¡Nos vemos en la siguiente crónica!

Soy periodista y músico

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